El multiplicador de milagros

Andrés Eloy Hernández

Alguien que hace el milagro de multiplicar los panes a cielo abierto. Hace ver a la gente que estaba sin visión, casi en tinieblas.

  • Que devolvió la alegría a una nación, frente a quienes retienen la tristeza y la muerte como piezas de y amuletos de estéril energía.
  • Que refundó una república, mientras otros destruyen y exterminan inocentes.
  • Que cubrió a su gente de techo seguro frente a las fragilidades de la intemperie, de la inamovilidad y el vicio del azar de los perdidos.
  • Alguien que inscribió a su pueblo en la naturaleza y devolvió al hombre la capacidad de sembrar y tomar su alimento con el concurso de sus manos y su dignidad.
  • Que deja a los más jóvenes centrados en sus libros y en el conocimiento, que aproxima al cielo y a la Tierra en la sabiduría y espanta la condena.
  • Que acerca a la ancianidad hacia un respeto a sí misma y le devuelve el orgullo de llamarse abuelos.
  • Alguien que hizo a los habitantes de su tierra, dueños de su soberanía como el más extraordinario de sus bienes.
  • Que cuando el hombre se sintió ausente, solitario y distante, se acercó, lo acercó para que descubriera una identidad que yacía perdida.
  • Que le devolvió a su pueblo, el don de sonreír para siempre. Así reencontrar los tesoros del corazón que se habían extraviado en falsos dorados y estériles poderes. Un pueblo que en las tribulaciones se había ritualizado en los fetiches de medios inocuos que lo apresaban en sus entornos de falacias citadinas, como los personajes del viejo dramaturgo inglés. Que le vendían la nada y el vacío como destino incierto y él los colmó de proyectos y trabajo para que se reconstruyeran a sí mismos.
  • Que contribuyó para que los falsos sacerdotes, no siguieran levantando templos para negocios de alta traición a los hijos de Dios y se apartaran del espíritu de Jesús que se sentía burlado por las mismas monedas que lo condujeron a su sacrificio.
  • Una persona que dejó lo más hermoso y grande, la tarea por hacer, la esperanza por edificar, que señaló un camino de belleza, verdad y vida.
  • Que se despidió con una proclama en el aniversario de Guaicaipuro, y vaya tremenda celebración preparada por ese genio de la indianidad, sus hijos predilectos.

Vaya tremendo tipo que se inmoló sin dar descanso a su brazo, ni reposo a su corazón, que se donó un juramento frente a su amado Robinson para repetir la azaña de su amado Padre; que donó su sueldo para no sentirse acorralado por las tentaciones, que sentía la mirada de un niño como la más hermosa de las compensaciones para las derramadas inocencias.

He allí a tu hijo, madre imborrable Sabaneta. Lo dio todo sin pedir nada a cambio. Sólo pidió en préstamo una isla, la más martirizada de su tiempo, con la esperanza de sanarse de su enfermedad y protegerse de sus enemigos.

Parecía decir, lo oigo, al desaparecer de en medio de vosotros, mi destino me dice que sí en algo pudiera resarcir mi hierros y carencias, solo os pediría que conserven toda la felicidad que me han dado, por hacerse ustedes mismos felices.

Que si mi muerte contribuye a que cese la ignominia y prevalezca entre ustedes el bien más amado, la UNIDAD, mi sepulcro pudiera ser a la sombra de un árbol en el inmenso llano.

Ah… y no se olviden de sonar Venezuela, la canción más bonita del mundo.     

                          

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